viernes, 25 de noviembre de 2011

Call of Duty: Liberar Europa (Infinity Ward, 2003)

Desciendes en paracaídas sobre Ste. Mère Eglise. Eres uno de los señaladotes del 506º Rgto. de Infantería Paracaidista, perteneciente a la famosa 101º División Aerotransportada norteamericana. Tras eliminar a un centinela alemán y recoger equipo al lado del cadáver del sargento Heath, quitas de enmedio a otros dos alemanes en una casamata e instalas la radiobaliza. Es la señal: empieza la invasión.

Así comienza la acción en el juego de Proein, tras superar el útil entrenamiento en el que aprendes a manejarte bien con los controles y a usar las diferentes armas. Por delante, 24 misiones en el pellejo de tres personajes distintos: un paracaidista norteamericano de la 101º, un paracaidista británico de la 6º División Aerotransportada y un soldado soviético, representando a las tres principales naciones que combatieron en el bando aliado de la II Guerra Mundial en Europa. La historia que nos cuenta el juego es la lucha por la liberación del viejo continente del yugo nazi, empezando en Normandía (primero con los americanos y después con los ingleses), volviendo atrás en el tiempo hasta el invierno de 1942/43 para defender Stalingrado con los soviéticos, para seguir adelante alternando los tres personajes hasta izar la bandera roja con la 150º División de fusileros soviética en lo más alto del Reichstag (Berlín, 1945). Hasta ese episodio final, experiencias tan excitantes como una misión de sabotaje en el mismísimo acorazado Tirpitz, voladura de presas, escapadas a toda velocidad con medio ejército alemán pisándote los talones, manejo de piezas antiaéreas y antitanque, e incluso la conducción de un carro de combate soviético T-34/85 en pleno ataque blindado en el frente ruso.

Call of Duty es, sin duda, lo mejorcito en acción 3D bélica hasta el momento. Los gráficos son alucinantes desde el principio (ese brillo del sol…). Y qué decir del sonido: suena casi como la guerra misma (con auriculares llega incluso a marear: sientes realmente las explosiones). Es además muy jugable, con objetivos claros, brújula y sencillez de controles, lo que posibilita un manejo instintivo. Se juega prácticamente igual que todos los juegos de su estilo, añadiendo sólo un par de cosas nuevas, de las que podríamos destacar la posibilidad de apuntar arma al hombro, algo que se revela pronto de gran utilidad para el tiro preciso. En cuanto a las armas, adoptar tres personajes de tres países distintos ha significado el manejo de armas de esos tres países (además de las alemanas), enriqueciendo el juego en variedad de armamento, un aliciente más para los aficionados a este tipo de juegos. Las armas están todas muy bien reproducidas, al igual que el resto del equipo, uniformes y vehículos. Se adivina un buen trabajo de documentación. Como es natural, una buena parte de Call of Duty está inspirada en el cine y la televisión. En la parte americana podemos encontrar escenas basadas en la serie Hermanos de sangre (por ejemplo la misión de destruir las piezas antitanque de 88 mm. de las trincheras alemanas), que, por cierto, también trata sobre las andanzas de una compañía del 506º Rgto. de la 101º Aerotransportada. En la parte soviética del juego encontramos también mucho de la película Enemigo a las puertas (el cruce del río en barcazas bajo el ataque de los Stuka, el tener que esperar a que maten al de delante para coger su fusil…). Esto es algo lógico, ya que cine y TV son los referentes bélicos que los creadores de juegos tienen más cercanos (¿recordáis el desembarco de Medal of Honor, heredero del de Salvar al soldado Ryan?).

Es realmente difícil sacarle defectos a este juego. Quizá el único, a mi juicio, sea el que no es una historia lineal de un solo personaje. Puede ser que mosquee estar en junio del ’44 y de repente volver un año y pico para atrás con los rusos, y luego hacia delante otra vez. Seguramente esto pueda confundir al jugador no familiarizado con la II Guerra Mundial. Pero probablemente los creadores del juego han querido partir con americanos e ingleses desde Normandía y con los rusos desde Stalingrado considerándolos líneas de salida en ambos frentes, occidental y oriental, de la carrera aliada hacia Berlín. Perdemos la posibilidad de una carrera lineal con un solo personaje, pero ganamos más misiones, mayor diversidad de escenarios, más armas que utilizar, distintas perspectivas y, sobre todo, un mayor valor simbólico de los hombres y mujeres que nos libraron de un mundo nazi.

En resumen: como ya he comentado, tenemos en Call of Duty el mejor juego de su estilo hasta la fecha. Y van… Con el auge de la acción 3D estamos asistiendo a una sucesión de títulos a cual más interesante por parte de las distintas casas. Esta guerra beneficia claramente al aficionado. Que siga, pues... ¿Cuál será el próximo?



Roberto Blanco Tomás. 2004

La "Movida" Malagueña

Para abordar el interesante tema del auge actual de la “movida” nocturna de Málaga capital, debo antes hacer un poco de historia: aunque había ido alguna vez anteriormente, comencé a salir de forma asidua por Málaga cuando empecé a salir con mi novia, a principios de enero de 1993. Ocurría que ella vivía en Málaga y yo en Benalmádena (aunque solía salir por Torremolinos), por lo que decidimos repartir las salidas de fin de semana equitativamente: un día (o mejor: una noche) por Málaga y otro por Torremolinos. En aquella época, la movida de “Torroles” estaba en su apogeo: La Nogalera era un hervidero de gente que iba y venía de bar en bar, las discotecas se llenaban, Pueblo Blanco era intransitable… Incluso en la playa había gente con sus litritos y demás, de juerga. Era toda una odisea para la gente de Málaga que iba a Torremolinos (para muchos, en Málaga capital, “salir” significaba “Torremolinos”) volver de madrugada en los autobuses, que a partir de las once (e incluso antes) ya iban como latas de sardinas.

Málaga era algo distinto: había numerosos bares que estaban bien, pero, en conjunto, a veces daba la impresión de ser una ciudad fantasma. Esos bares no estaban tan llenos como los de Torremolinos y no estaban todos en una zona determinada, sino que para ir de uno a otro, en bastantes ocasiones, había que recorrer algunas calles desiertas y oscuras. Con todo, resultaba divertido salir por Málaga y “descubrir” los nuevos bares que, poco a poco, iban apareciendo.

De eso han pasado unos cuantos años y la situación ha cambiado radicalmente: Torremolinos ha muerto, y de su asesinato ha sido cómplice la movida de Málaga. Poco a poco iba viviendo menos gente a “Torroles” y los bares iban cerrando o cambiando de dueño y de estilo. Hoy en día, lo único que funciona en Torremolinos son los llamados “bares de ambiente”, con su propio público y su propio circuito. Estos bares suelen abrir algo más tarde que los otros y cuentan con gran aceptación por varias razones, entre las que podemos destacar el hecho de que actualmente están muy de moda y también que estos bares siempre han funcionado más o menos bien en Torremolinos. Fuera de esta oferta, en Torremolinos no hay “marcha” (salvo honrosísimas excepciones, como ese estupendo “Garfield” –en la plaza de La Nogalera-, auténtico oasis en el desierto, con futbolín y todo).

Todo lo contrario ha ocurrido con Málaga. Esta urbe ha visto cómo cada vez venía más gente y abrían sus puertas más bares, hasta llegar a la eufórica situación actual. Podemos decir que la movida está hoy perfectamente localizada: el área de este fenómeno está, más o menos, situada en la zona existente entre calle Carretería y su prolongación hacia El Ejido, por el Oeste, y la calle de la Victoria, por el Este. Éstos serían los “meridianos”; vamos con los “paralelos”: al Norte limitaría con la línea imaginaria que, pasando por el Teatro Cervantes, corta perpendicularmente los dos bordes antes citados; por el Sur también tenemos otra línea imaginaria que corta las dos calles perpendicularmente, pasando esta vez por la Plaza de la Constitución. Seguramente hay otros bares “de salir” fuera de estos límites, pero la llamada “movida” se encuentra aproximadamente donde he dicho.

El antiguo problema de tener que andar bastante desde un bar hasta otro ya no existe: los bares y los pubs se suceden en las calles. Hay una gran oferta de “marcheta” nocturna. Además, los precios, en general, no son demasiado elevados; no tanto como en otros sitios.

Pero como el movimiento se demuestra andando, decidí experimentarlo plenamente en mis propias carnes. La idea era salir una noche y contároslo. Pensé que podía resultar interesante y menos frío que largaros una lista de bares en plan “Guía Campsa”. Además era una forma de seguir aquello de “enseñar deleitando”: enseñaros a vosotros mientras yo me deleito poniéndome ciego de birras. A cuento de todo esto viene la historia que sigue.

Cogí mi coche y me dirigí a Málaga. Tomé como cuartel general de operaciones la casa de mi novia y, desde allí, diseñé la estrategia cual veterano general, curtido en mil batallas con botellines y litronas. Decidí no usar el coche para la “razzia” nocturna, y te recomiendo a ti que tampoco lo hagas, por varias razones: el tráfico se pone agobiante por las calles estrechas del centro, no hay sitio para aparcar (a no ser que lo metas en un Parking) y, si tienes la enorme suerte de encontrárlo, tienes que lidiar con los “gorrillas”; pero eso no es todo: a la võelta siempre corres el riesgo de encontrarte hordas de borrachos potando a coro sobre tu amado buga. Además, usando el transporte público colaboras para que haya menos contaminación y un tráfico menos denso. Anda, ¿eh?

Por todo lo anteriormente expuesto, y tras cenar unas pizzas, la noche nos vio a mi novia y a mí esperando el “21” en la zona de Carlos Haya. Al ser sábado, el autobús tardó un poquito, y si a esa situación sumas el fresquillo de la noche y una novia con el pelo algo húmedo de la ducha y de haber salido presurosos sin poder usar el secador todo lo deseado, esta operación matemática tiene como resultado algunos improperios con voz femenina referidos a mi tan meditada decisión de no usar el coche. Mantuve firme mi determinación y, por fin, llegó el autobús.

El viaje transcurrió sin incidencias (salvo un par de frenazos traidores en los que a punto estuve de dar con mis huesos en el duro suelo). Una vez en la Alameda, encaminamos nuestros pasos hacia la zona antes mencionada. En el camino nos encontramos la calle Larios cortada. Pronto vimos la explicación a tan extraño suceso: bajaba la calle medio Estado Mayor de Napoleón, seguido de alguno de los cuarenta ladrones de Alí Babá. ¡Claro! Estabamos en Carnaval. Entre los múltiples grupos de gente disfrazada que vi, merecen mención especial unos que iban de “Jackson Five” o algo así, con pantalones campana de colores, camisas con solapones y pelo a lo “afro”. Cómo mola, troncos.

Y andando, andando, llegamos al “Indiana” (c/ Nosquera), el primero de los baretos que visitamos aquella noche. Estaba bastante lleno, como de costumbre (tiene una gran aceptación), pero había algo de sitio al final, seguramente gracias al Carnaval y a los exámenes de febrero, porque normalmente no cabe ni un alfiler. El bar es un recinto alargado con una decoración bastante buena: portadas de discos, fotos de cantantes, carteles de cine, botellas de “Four Roses” y “Jack Daniels” en una repisa alta… Para beber os recomiendo el cóctel de champán, que es baratito y está de muerte (nos pusieron uno con granadina y otro con kiwi). En lo relativo a bebidas, es también destacable que tienen “Agua de Valencia”, combinado no muy común por estas latitudes (cuidado: entra muy bien y sube rápido). Pero, sin duda, lo mejor de este garito es la música: ponen Rock and Roll clásico, Beat de los 60´, New Wave, música conocida de los 80´ y, también, sonidos actuales, siempre de calidad y con marcha. En resumen: bueno, variadito y bien pinchado, con lo que no puedes evitar mover aunque sea la punta del pie (dada la densidad de población del local, moverte más es a veces imposible). Que siga.

Apuramos nuestros cócteles de champán y salimos en busca de nuevas aventuras. Paseamos un poco por calle Comedias (posiblemente una de las calles más concurridas de la movida malagueña), entre la gente que iba y venía de bar en bar. Y paseando llegamos al segundo bar de la noche: el “Nautilus” (en c/ Lascano, un callejón que desemboca en c/ Comedias). Éste es un bar bastante apropiado para una noche de juerga, ya que es muy muy baratito. Aquí lo mejor es pedir litros (tienen gran variedad y a muy buen precio). Otra ventaja es que el ambiente es tranquilo. La música es actual (aunque, si lo pides, también tienen Rockabilly y Rock and Roll).

Tras un rato en el bar, sorbiendo con pajitas un litro de tinto de verano, observamos que el local, que cuando entramos estaba casi vacío, se había ido llenando hasta los topes, lo que me lleva a pensar que, en realidad, el alma de la movida somos mi novia y yo, ya que el bar anterior también se terminó de llenar hasta arriba después de entrar nosotros. Es por ello que desde aquí me ofrezco a todo bar que quiera patrocinarme como reclamo. Soy el “Hombre Marcha” (“March Man”, en inglés). Mi pose en la barra es inmejorable y mi estómago tiene capacidad para varios litros de birra, así que ¿a qué esperáis? ¡Contratadme!

Dicha la parida de turno, que no habrá hecho ninguna gracia, y después de hundirme en la más absoluta de las miserias, continuo: aún tardamos un rato en sorber el tinto de verano, trago va, trago viene. Cuando no quedó nada en el vaso, salimos al exterior en busca de más bares. Vimos el “Cosa Nostra” casi enfrente y, como es local conocido y no habíamos ido nunca, pues entramos (por cierto, el “Cosa Nostra” está en c/ Lascano, esquina c/ Convalecientes).

El bar es bastante grande, con una pista de baile amplia y dos barras. Al entrar, la música era de baile. Nos acercamos a una de las barras y pedimos dos birras; nos sirvieron dos “Heinekens”, que estaban fresquitas y buenas. Una vez situados en la barra y con la pose de rigor, nos dedicamos a observar el lugar: la gente bailaba y lo pasaba en grande. El DJ me conquistó pinchando “Brown Eyed Girl”, de Van Morrison. En un sitio en que se baila, y mucho, uno espera oír sobre todo música Disco; pero afortunadamente ése no es el caso del “Cosa Nostra”, en el que se puede oír desde Rock hasta Pop más blandito, pasando por algún clásico. Además, el DJ conoce bien su oficio.

También es un sitio óptimo para ligar. Desde nuestro observatorio privilegiado en la barra pudimos ver las tácticas de caza del buitre ibérico, en sus variantes masculina y femenina. La gente se lo pasaba en grande. Había un tío en concreto que era mi héroe: era el espíritu del guateque, todo un clásico, con su chaqueta justilla de la que asomaban puños y cuello blancos, bailando impasible el Twist con rítmicos movimientos de culo y todo lujo de gestos con las manos. No cabe duda de que tenía mucho “down” y mucho “tempo”. Lástima que se fue pronto.

A estas alturas de la noche (y su equivalente en centilitros) llegó el momento de vaciar la vejiga. El váter me pareció pequeño comparado con el local, pero debo decir que meé a gusto. Eso sí, la cadena del váter debía de ser hi-fi, porque se oía la música a toda caña.

Y ocurrió que el “Hombre Marcha” (“March Man”, en inglés) entró de nuevo en acción: el local, que no estaba muy lleno cuando entramos, se fue llenando hasta conseguir reunir a un número importante de personas. Cumplida nuestra misión, nos fuimos.

De nuevo en la calle, me di cuenta de que mi vejiga volvía a captar mi atención (el litro de tinto de verano, que luchaba por su libertad), así que tuve que pensar un lugar donde ir, y rápido. Me decidí por el “Baton Rouge”, por lo que nos dirigimos con rapidez y decisión hacia la calle  Mariblanca (que es donde está dicho bar).

El “Baton Rouge” ha sido desde siempre uno de mis bares preferidos de Málaga. Es un local bastante alargado, con un par de mesitas a la derecha, según entras; una barra muy larga, y otra especie de estancia al fondo con mesas al lado de los baños. Últimamente va menos gente que antes, no sé por qué. El caso es que está muy bien y se decía que su música, bastante cañera, era de las mejores de Málaga. El ambiente es apropiado para tomarte una copa con los colegas mientras hablas de cualquier cosa. Otro detalle importante es que las mesas están en zonas del bar discretas y apartadas y con algo menos de luz (atención, parejitas).

Más cosas: para nostálgicos de los 80´, diré que hay una máquina de “Out run” (sí, el videojuego ése de coches en el que llevas un Ferrari Testarossa rojo, descapotable, con una rubia al lado) y un par de “Flippers”, artilugios que cada vez se ven menos en los bares.

Bueno, pues, como dije, entramos en el bar. Sylvia se quedó en la barra pidiendo un par de “Mahous” mientras yo rompía la barrera del sonido en dirección al servicio. Una vez solucionado el problema de exceso de líquidos, volví con Sylvia y las dos cervezas. A estas alturas el sueño estaba haciendo su aparición, pero lograba combatirlo con los ruidos procedentes de la mesa de al lado, en la que una pareja se pegaba el lote con todo lujo de sonidos. Aquello era el cine en Dolby Stereo, con sistema THX y todo. Pero eso está bien: la gente debería besarse más y pegarse menos.

Y otra vez entró en acción el “Hombre Marcha” (“March Man”, en inglés): empezó a entrar más gente al bar. Uno, que es un buen profesional.

Antes de irnos con la música a otra parte, no podíamos dejar de jugar un par de partidas al “flipper”, por los viejos tiempos. Cumplido este rito, salimos ya dispuestos a irnos a casa, pero no sin antes darnos una vuelta por la Plaza de la Merced para ver cómo iba todo. Una de las tradiciones más importantes de la movida malagueña son las litronas de la Plaza de la Merced; es una ceremonia que se sigue desde tiempo inmemorial. Pudimos comprobar que la tradición sigue viva. Ahora, además de las litronas, está de moda eso del “botellón”, que viene a ser parecido, pero con alcohol de mayor graduación. Me llamaréis tradicional, pero yo me quedo con las litronas, que es más barato y castizo.

Ya de camino a casa, pudimos ver a un tío realmente borracho. Iba el gachó con una litrona en la mano y tambaleándose continuamente. En esto que nuestro héroe se para, coge un vaso con restos de gin-tonic o algo parecido que alguien se había dejado en la repisa de una ventana, y va y se lo bebe, y después otro con restos de tinto de verano o así, y otro… Pero esto ya no es ir borracho; esto es ser un pedazo de guarro, qué narices.

Total, que volvimos hacia la Alameda (por cierto, que vaya cola se había montado en la puerta del “Cosa Nostra”. Si vais, id prontito) y allí cogimos un taxi para volver a casa. Y eso fue todo.

Como conclusión diré que todo parece apuntar a que la movida malagueña goza de buena salud, con una oferta amplia y variada de bares y otros locales donde tomar unas copas, bailar, charlar con los amiguetes o, si tienes necesidad de ello, ligar. En todo caso, existe la posibilidad de pasar un buen rato, que es lo importante, y sin necesidad de gastarte una pasta. Así que, ¿a qué esperas? La noche es tuya (oh yeah!).

Por cierto, cuando llegamos a casa, mi novia se dio cuenta de que se había puesto los pantalones del revés. Este detalle que, aparentemente resulta irrelevante para el tema que hemos tratado, en realidad es totalmente irrelevante para el tema que hemos tratado.




Roberto Blanco Tomás. 1999